miércoles, 12 de agosto de 2009

Palabras finales de mi tesis-“La didáctica y la metodología en la enseñanza de la Lengua Castellana y Comunicación...


Si de algo estamos seguros, es que en nuestras aulas no tenemos a los mejores, sino que a todos. Que debemos ser cautos, porque todo cambia, incluso nosotros, como educadores. Ello plantea la necesidad de abrir espacios hacia la reflexión de nuestras acciones pedagógicas. Muchos dirán –sin ánimos de exagerar-, que no basta con conversar del asunto para solucionar nuestras prácticas educativas. Que las palabras son una muestra más del papeleo existente por volúmenes en lo que respecta a la educación. Dada la siguiente idea, como futuros docentes de la Lengua Castellana y Comunicación, debemos refutarla: ¿Acaso las palabras no inducen a las acciones?, ¿Acaso la Lengua es muerta y nuestras palabras descansan junto con ella en un mismo sepulcro? Errado está aquél que crea que la reflexión en educación no da luces de potenciales soluciones de aplicar en nuestras aulas, ya que sin querer está tapando sus oídos con ambas manos.
Al momento mismo de realizar nuestra investigación, “in situ” pudimos constatar lo que decimos. Escuchamos atentamente a un profesor decirnos: “Yo no les responderé su encuesta…ustedes son muy preguntones”. Como si preguntar en educación fuera un pecado, como si poder descubrir lo que entraña una problemática educativa es sólo derecho de quienes se dan el orgullo de ser “profesores titulados” y no de nosotros que, todavía “no saben nada” de pedagogía (pensarán ellos). Y es que en nuestro estudio, nuestra intención no era enjuiciar la labor del docente, sino que descubrir objetivamente sus estrategias, sus metodologías y, en definitiva, la didáctica en general de los profesores que de alguna u otra manera participaron de nuestra investigación. Esperamos haber debilitado éstas y otras elucubraciones que escuchamos entre pasillo y pasillo con la construcción fundamentada de nuestra tesis. Con la cuota de experiencia que cada uno de nosotros –los que conformamos el grupo-, ha añadido a la misma, que si bien no es mucha, valorable desde todo punto de vista. Por último, no es posible terminar esta investigación, sin antes reconocer en nuestras palabras, en todas estas hojas teñidas de pedagogía, una visión personal de un grupo de alumnos acerca de una temática educativa planteada desde las primeras líneas de esta tesis, cuya constante evolución ha dado como resultado esta investigación. Nos quedamos con el sabor dulce de haber realizado un trabajo lo más preciso y profesional posibles (sin todavía serlo). Esperamos que de alguna u otra manera hayamos contribuido al marco de la reflexión educativa ampliamente abordada por muchos autores. (Y)Si esta investigación en algo sumó, aunque sea con un pequeño grano de arena, para que se cumpliera tan difícil tarea, nuestro objetivo estará cumplido… Los tesistas.

martes, 4 de agosto de 2009

Modificabilidad de la inteligencia y el pensamiento:



Para ilustrar palabras futuras, es sentato comenzar este capítulo citando el siguiente enunciado… “Un peligroso tópico -todos los tópicos son peligrosos- dice que no basta ser inteligente para pensar bien. Se confunden inteligencia y método de pensamiento. Se puede ser muy inteligente y ser un desastroso pensador” (Gil de San Vicente e Iñaki Aut, Pág. 11, 2001). De lo anterior desprenderemos lo siguiente: pensamiento e inteligencia no son la misma cosa. La inteligencia tiene que ver con el “conjunto de habilidades mentales que potencian la capacidad de funcionar con efectividad en el entorno” (Hoffman Lois, Paris Scott y Hall Elizabteth, 1995, Pág. 510). Es un sustrato o componente pisco-biológico, alojado en el cerebro, una estructura sustancial del esquema mental que tiene todo ser humano. El pensamiento en cambio es una habilidad mental o lo que Hoffman y otros autores señalan en relación al concepto de inteligencia: “actividad mental no rutinaria que requiere esfuerzo. El pensamiento implica una actividad global del sistema cognitivo, con intervención de los mecanismos de memoria, la atención o procesos de comprensión; pero no es reductible a éstos” (Hoffman Lois, Paris Scott y Hall Elizabteth, 1995, Pág. 523).
Mientras que la inteligencia es permanente, el pensamiento se modifica en la práctica, en la necesidad de pensar y, no sólo de pensar, sino que de pensar bien. En ello es posible enfrentase al siguiente ejemplo, para establecer la diferencia entre inteligencia y pensamiento; imagínese que se desea aprender a andar en bicicleta; se sabe lo que es una bicicleta y sus componentes, pero no basta con saber lo que es tal instrumento. Para poder desarrollar la capacidad de tomar una bicicleta, andar en ella y no caerse, es importante poner en práctica lo que se sabe, de lo contrario no sabrá que girando un pedal y otro consecutivamente, hará que la rueda se mueva y avance. Lo mismo sucede con esta dualidad de Inteligencia/Pensamiento. No basta con ser inteligentes, en definitiva todas las personas lo son en diferentes grados, lo importante es aprender a pensar y avanzar en la capacidad de pensar cada vez mejor. En cuanto al pensamiento propiamente tal, “se dice que tenemos un pensamiento de mala calidad, por que no usamos habitualmente todo el potencial disponible” (Beas Franco J., Santa Cruz Valenzuela J., Thomsen Queriolo P. y Utreras García S., Pág. 16): omitimos análisis de las diferentes opciones frente a una situación determinada, damos argumentos pobres para apoyar nuestras posturas, carecemos de evidencias para avalar nuestros juicios, etc. La capacidad de pensamiento es modificable ya sea de manera positiva o negativa. Al igual que la memoria y la identidad sexual, el pensamiento puede incrementarse o retroceder en la práctica. En esto último, se cita el siguiente enunciado: “No estamos educados para pensar. Frecuentemente, cuando una persona se enfrenta a un problema que le abruma y desborda, se obtura, se lleva las manos a la cabeza, se pone nerviosa y hasta se paraliza…Y es que pensar, cuando no estamos acostumbrados, requiere cierta tranquilidad y sosiego” (Gil de San Vicente e Iñaki Aut, 2001, Pág. 31). Para pensar, se debe aprender a pensar mejor, ya que no basta con manejar la bicicleta, el segundo y más importante paso, es mantenerla (conservar su engranaje y funcionamiento) para mejorarla. En tal sentido, nuestra capacidad de pensamiento se mejora con la resolución de tareas y, con el enfrentamiento del sujeto a situaciones problemáticas. Así, es la única manera de que la bicicleta cognitiva de la cual hablamos se mantenga de manera vertical.